PABLO D´ORS
Pablo D´Ors es un filósofo español actual (1963) que posee un profundo conocimiento del sentido de la vida y la imbricación de ella en el todo. Su faceta teológica le ha permitido plasmar en sus escritos argumentos de peso que tienen gran predicamento en autores de la ciencia de la sabiduría actual.
Pablo D´Ors posee una gran base cultural centroeuropea, lo que ha hecho que sea bastante más conocido en otras latitudes que en nuestra “piel de toro”. Pero eso no es nada raro en nuestra historia: triunfar en España es consecuencia, muchas veces, de triunfar antes fuera ¡Nada que nos extrañe!
Las facetas literarias del autor refuerzan su potencia como filósofo y teólogo, y son sus dos libros más conocidos los que pretendemos poner en valor gracias a este pequeño título honorífico: Filósofo del Año 2023. Dichas obras son:
1.- “Biografía del silencio” (2012, Siruela) es una obra maestra que presenta la meditación como gran medio para comprender lo que somos y reforzar nuestro metabolismo cultural para dominar o amortiguar la época más convulsa y desquiciante de Occidente tras la Segunda Guerra Mundial. La lectura profunda de esta magnífica obra de Pablo D´Ors nos hace llegar a conclusiones adecuadas para el día de hoy y del mañana.
Por ello hemos añadido a esta exposición un sucinto resumen de la obra, ya que consideramos que dicha exposición sugerirá a alguno de sus lectores la necesidad de leer la obra original completa. En primera persona, este esbozo pretende reforzar de dicha forma los mensajes y sentencias.
2.- “Biografía de la luz” (2021, Galaxia Gutenberg) es una obra de gran potencia teológica, bastante alejada de lo que supuso “Biografía del silencio” en su momento. Aunque no dudamos de su éxito editorial, supone un gran cambio de enfoque respecto la obra anteriormente comentada.
BIOGRAFÍA DEL SILENCIO (2012).
Comencé a sentarme a meditar en silencio y quietud por mi cuenta y riesgo, sin nadie que me diera algunas nociones básicas o que me acompañara en el proceso. La simplicidad del método-sentarse, respirar, acallar los pensamientos…- y, sobre todo, la simplicidad de su pretensión – reconciliar al hombre con lo que es – me sedujeron desde el principio. Durante los primeros meses meditaba mal, muy mal.
Meditar en silencio.
A juzgar por lo poco que sacaba en limpio de mi práctica de meditación y por el mucho sacrificio que me comportaba, todo apuntaba a que, de un modo u otro, tarde o temprano, la dejaría de lado para dedicarme a actividades que entonces juzgaba más provechosas.
Para alguien como yo, occidental hasta la médula, fue un gran logro comprender, y empezar a vivir, que yo podía estar sin pensar, sin proyectar, sin imaginar, estar sin aprovechar, sin rendir.
Me ha costado cuatro décadas comprender que el hombre empieza a vivir en la medida en que deja de soñar consigo mismo. Que empezamos a dar frutos cuando dejamos de construir castillos en el aire.
La meditación es una disciplina para acrecentar la confianza. Uno se sienta y ¿qué hace? Confía.
La meditación es una práctica de la espera. Pero ¿qué se espera realmente? Nada y todo. Si se esperara algo concreto, esa espera no tendría valor, pues estaría alentada por el deseo de algo de lo que se carece Para convertirme en alguien que medita, aparte de sentarme a diario uno, dos o tres periodos de unos veinte o veinticinco minutos, no tuve que hacer nada en especial. Todo consistía en ser lo que había sido hasta entonces, pero conscientemente, atentamente. Todo mi esfuerzo debí a limitarse a controlar las idas y venidas de la mente, poner la imaginación a mi servicio y dejar de estar yo – como un esclavo- al suyo. Porque si somos señores de Nuestras potencias ¿por qué hemos de comportarnos entonces como siervos? Cuanto más se medita, mayor es la capacidad de percepción y más fina es la sensibilidad Se deja de vivir embotado que es como suelen transcurrir nuestros días. La mirada se limpia y se comienza a ver el verdadero color de las cosas. El oído se afina hasta límites insospechados, y empieza s a escuchar —y en esto no hay ni un gramo de poesía- el verdadero sonido del mundo. Todo, hasta lo más prosaico, parece más brillante y sencillo. Se camina con mayor ligereza. Se sonríe con más frecuencia. La atmósfera parece llena de un no sé qué imprescindible y palpitante. ¿Suena bien? ¡Excelente¡ Pero confieso que yo solo lo he experimentado durante algunos segundos y solo en contadas ocasiones.
Normalmente estoy a la deriva: entre el que era antes de iniciarme en la meditación y el que empiezo a ser ahora. «A la deriva» es la expresión más exacta: a veces aquí, meditando, a veces quién sabe dónde, allá donde me hayan llevado mis incontables distracciones. Soy algo así como un barco, y más una frágil barquichuela que un sólido trasatlántico.
Uno de los primeros frutos de mi práctica de meditación fue la intuición de cómo nada en este mundo permanece estable. Que todo va cambiando es algo que ya sabía antes – es obvio-, pero al meditar, comencé a experimentarlo. También nosotros cambiamos y ello por mucho que nos empeñemos en vernos como algo permanente o duradero. Esta esencial mutabilidad del ser humano y de las cosas es así (lo veo ahora) una buena noticia.
Lo curioso es que este descubrimiento me vino por medio de la quietud. Todo sucedió como expondré a continuación: al meditar constaté cómo cuando me detenía en alguno de mis pensamientos, este se desvanecía (algo que, ciertamente, no sucedía cuando miraba a una persona cuya consistencia es independiente de mi atención). Decidí dejarme guiar por lo que permanece, puesto que solo eso es digno de mi confianza. ¿En qué confío yo? Esta es, según presiento, la gran pregunta.
Un león enjaulado no es un león, sino un león enjaulado; y eso es muy distinto.
Desde mi presente (e intento concretar) no puedo condenar a quien fui en el pasado por la sencilla razón de que aquel a quien ahora juzgo y repruebo es otra persona. Actuamos siempre conforme a la sabiduría que tenemos en cada momento, y si actuamos mal es porque, al me nos en ese punto, había ignorancia.
Por esta razón, para meditar no importa sentirse bien o mal, contento o triste, esperanzado o desilusionado. Cualquier estado de ánimo que se tenga es el mejor estado de ánimo posible en ese momento.
Ser consciente consiste en contemplar los pensamientos. La conciencia es la unidad consigo mismo.
Cuando soy consciente, vuelvo a mi casa; cuando pierdo la conciencia, me alejo, quién sabe adónde. Todos los pensamientos e ideas nos alejan de nosotros mismos Tú eres lo que queda cuando desaparecen tus pensamientos. Claro que no creo que sea posible vivir sin pensamientos de alguna clase.
Porque los pensamientos – y esto no conviene olvidarlo – nunca logran calmarse del todo por mucha meditación que se haga. Siempre sobrevienen, pero se sosiega nuestro apego a los mismos y, con él, su frecuencia e intensidad.
Diría más aún: ni siquiera debe tomarse conciencia de lo que se piensa o hace, sino simplemente pensarlo o hacerlo. Tomar conciencia ya supone una brecha en lo que hacemos o pensamos. El secreto es vivir plenamente en lo que se tenga entre manos. Así que, por extraño que parezca, ejercitar la conciencia es el modo para vivir plácidamente sin ella: totalmente ahora, totalmente aquí.
Pese a lo que acabo de escribir, reconozco que buena parte de mis sentadas las paso soñando despierto; también reconozco que eso de soñar me resulta, en general, bastante agradable. Pero no me engaño eso no es meditación. Parece meditación, pero no lo es. Porque no se trata de soñar despierto, sino de estar despierto. Soñar es escaparse, y para vivir no es preciso estar siempre escapándose.
La dificultad radica en que nuestros sueños nos gustan mucho, en que nos emborra chamos con ellos. Vivimos ebrios de ideas e ideales, confundiendo vida y fantasía. Bajo su apariencia prosaica, la vida, cualquier vida, es mucho más hermosa e intensa que la mejor de las fantasías.
Como casi todo el mundo también yo ando siempre persiguiendo lo que me agrada y rechazando lo que me repele. Estoy un poco harto de vivir así: atraído o repelido, corriendo detrás de algo o, por el contrario, alejándome de ello todo lo posible. Una existencia que discurre tomando y repudiando termina por resultar agotadora, y me pregunto si no sería posible vivir sin imponer a la vida nuestras preferencias o aversiones.
Es a esto precisamente a lo que llama la meditación: a no imponer a la realidad mis propias filias o fobias, a permitir que esa realidad se exprese y que pueda yo contemplarla sin las gafas de mis aversiones o afinidades.
No manipular, limitarse a ser lo que se ve, se oye o se toca: ahí radica a dicha de la meditación, o la dicha sin más, para qué calificarla.
Ganaríamos mucho si en lugar de enjuiciar las cosas, las afrontáramos. Nuestras cábalas mentales no solo nos hacen perder un tiempo muy precioso, sino que por su causa perdemos también la ocasión para transformarnos. Porque hay cosas que si no se hacen en un determinado instante ya no pueden hacerse, o no al menos como deberían ser hechas. Digo esto porque en el fondo todos somos mucho más sabios de lo que creemos y porque en ese fondo todos sabemos bien qué es lo que se espera de nosotros y qué debemos hacer. El maestro interior no dice nada que no sepamos; nos recuerda lo que ya sabemos, nos pone ante la evidencia para que sonriamos. A decir verdad, sobran todos los maestros del mundo cada cual es ya un cosmos entero de conocimiento y sabiduría. Sonreír al sufrimiento puede parecer excesivo. Pero lo cierto es que también la tristeza y la desgracia están ahí para nuestro crecimiento.
Sufrimiento
El mal debe aceptarse lo que significa ser capaces de ver su lado bueno y, en definitiva, agradecerlo. Sabemos que hemos aceptado un sufrimiento cuando hemos extraído algún bien de él y en consecuencia, hemos dado las gracias por haberlo padecido.
No estoy diciendo que sonreír ante la adversidad sea lo más espontáneo, pero es sin duda lo más inteligente y sensato. Y diré por qué reaccionar ante el dolor con animadversión es la manera de convertirlo en sufrimiento. Sonreír ante él, en cambio, es la forma de neutralizar su veneno. Nadie va a discutir qué el dolor resulta desagradable pero aceptar lo desagradable y entregarse a ello sin resistencia es el modo para que resulte menos desagradable. Lo que nos hace sufrir son nuestras resistencias a la realidad.
Despertar es descubrir que estamos en una cárcel. Pero despertar es también descubrir que esa cárcel no tiene barrotes y que, en rigor, no es propiamente una cárcel. ¿Por qué he vivido encerrado en una cárcel que no es tal?, comenzamos entonces a preguntarnos. Y vamos a la puerta. Y salimos.
Hacer meditación es ese momento en el que salimos. Es descubrir que la puerta nunca ha estado cerrada, que eres tú quien la ha cerrado con doble vuelta de llave. Esa puerta no es tal, te la has inventado «La puerta sin puerta» es una expresión típicamente zen que me hace pensar que buena parte de lo que vivimos es puramente ilusorio: el amor sin amor, la amistad sin amistad, el arte sin arte, la religión sin religión…
De modo que deja ya de mirar esa puerta que has creado, levántate y ábrela. Mejor aún: levántate y date cuenta de que ahí nunca ha habido puerta alguna. En buena medida podemos hacer lo que queremos y, si no lo hacemos, es precisamente porque no entendemos o no queremos entender algo tan elemental.
El problema
En realidad, no hay ningún problema en absoluto: No tenemos (ni mucho menos somos) un problema. Los problemas nos gustan porque nos dan la impresión de que gracias a ellos podremos ser. El verdadero problema son nuestros falsos problemas. Podemos ser dichosos; en el fondo, no podemos por menos de serlo. Hemos creído que nuestros problemas éramos nosotros, por eso nos cuesta tanto abandonarlos, tememos perdernos, pero es que debemos perdernos. Cuando no nos agarramos a nada, volamos.
Todo problema no es a fin de cuentas más que una idea que yo tengo sobre determinadas situaciones. La situación (sea cual sea) no es el problema, sino que el problema es mi idea sobre la misma. En cuanto abandono la idea, el problema desaparece
Basta no tener ideas sobre las cosas o situaciones para vivir completamente dichoso.
La fórmula es tomar las cosas como son, no como nos gustaría que fueran. No hay que nadar en contra de la corriente de la vida, sino a su favor. Ni siquiera hay que nadar, basta abrirse de brazos y dejarse llevar. Cualquier orilla a la que esa corriente te lleve es buena para ti: eso es la fe. Tú eres tu principal obstáculo. Deja ya de obstaculizarte. Quítate de en medio todo lo que puedas y sencillamente, empezarás a descubrir el mundo.
Es maravilloso constatar cómo conseguimos grandes cambios en la quietud más absoluta. Porque no es solo que el silencio sea curativo, también lo es la quietud. Ante todo, hay que decir que el silencio en quietud es muy diferente al silencio en movimiento. Está demostrado científicamente que los ojos que no se mueven propician en el sujeto una concentración mayor que si se tienen en movimiento. Al moverse es muy fácil, casi inevitable, estar fuera de nosotros. La quietud por contrapartida invita a la interiorización. Es necesario pasar por la quietud para adiestrarse en el dominio de sí, sin el que no puede hablarse de verdadera libertad.
Tras mucho pensarlo, he concluido que lo que más me gusta de meditar es que resulta un espacio (un tiempo) no dramático. A quien no medita le gusta, por lo general, vivir con emociones; a quien medita, en cambio, sin ellas. Al meditar se descubre que a la vida no hay que añadirle nada para que sea vida y, todavía más, que todo lo que le añadimos la desvitaliza. Gracias a la meditación he descubierto que ninguna carga es mía si no me la echo a los hombros.
Meditar es, fundamentalmente, sentarse en silencio, y sentarse en silencio es, fundamentalmente, observar los movimientos de la propia mente. Observar la mente es el camino.
¿Por qué? Porque mientras se observa, la mente no piensa. Así que fortalecer al observador es el modo para acabar con la tiranía de la mente, que es la que marca la distancia entre el mundo y yo.
Pero no basta sentarse en silencio, hay que observar lo que sucede dentro: esas son las reglas del juego Cuanto más observas, más aceptas: es una ley matemática, aunque familiarizarte con ella podrá costar más o menos. Al sentarse en silencio se obtiene un espejo de la propia vida y, al tiempo, un modo para mejorarla.
La observación, la contemplación, es efectiva. Mirar algo no lo cambia, pero nos
cambia a nosotros.
El cambio es, por tanto, el mejor baremo de la vitalidad de una vida. Pero el cambio, y esto es lo capital, puede vivirse de forma no dramática.
Desde esta perspectiva podría definir la meditación como el método espiritual (y cuando digo «espiritual» me refiero a búsqueda interior) para desenmascarar las falsas ilusiones. Buena parte de nuestra energía la derrochamos en expectativas ilusorias: fantasmas que se desvanecen en cuanto los tocamos.
Nos decepciona la obra de arte que creamos, nos decepciona la mujer o el hombre con quien nos casamos, porque al final no resultó ser como creímos. Nos decepciona la casa que hemos construido, las vacaciones que proyectamos, el hijo que tuvimos y que no se ajusta a lo que esperábamos de él. Nos decepciona, en fin, la comunidad en la que vivimos, el Dios en quien creemos, que no atiende a nuestros reclamos, y hasta nosotros mismos. Todo esto, y tantas otras cosas más, nos decepciona porque no se ajusta a la idea que nos habíamos hecho. El problema radica, por tanto, en esa idea que nos habíamos hecho.
Lo que decepciona, en consecuencia, son las ideas.
El descubrimiento de la desilusión es nuestro principal maestro. Todo lo que me desilusiona es mi amigo.
Todas nuestras ideas deben morir para que por fin reine la vida. Y todas quiere decir todas también la idea que podamos habernos hecho de la meditación. Yo, por ejemplo, empecé a meditar para mejorar mi vida; ahora medito sencillamente para vivirla.
Estás bien con lo que eres, eso es lo que se debe comprender.
Ver que estás bien cómo estás, eso es despertar.
O eres consciente de tus enfados, de tus nervios, de tus preocupaciones…, o los nervios, la preocupación o el enfado te dominarán. Es así de sencillo: si no piensas en ellos, ellos pensarán por ti y te llevarán donde no quieres. Pregúntate por qué estás enfadado, de
dónde ha brotado tu preocupación, cómo es que has empezado a estar nervioso. Comprobarás que esa indagación resulta curiosísima y hasta divertida. Ser lo que uno es, ha pasado a convertirse en el máximo desafío.
La práctica de la meditación a la que me estoy refiriendo puede seguramente resumirse en
saber estar aquí y ahora. No otro lugar, no otro tiempo.
La meditación en silencio y quietud es el camino más directo y radical hacia el propi o interior (no recurre a la imaginación o a la música, por poner un par de ejemplos, como sucede en otras vías), y eso requiere un temple de soldado y una firme determinación.
Para sentarse a meditar hace falta una extraordinaria humildad, es decir, un estar dispuesto a dejar los ideales y las ideas y a tocar la realidad.
Meditar ayuda a no tomarse a sí mismo tan en serio (una escuela de sana autorelativización) y exige mucha paciencia, constancia y determinación. Tanta más paciencia, constancia y determinación se adquirirán cuanto más nos sentemos a meditar. De ahí la importancia de encontrar un grupo con el que regularmente, sentarse a meditar.
Cuando uno se busca a sí mismo adecuadamente, lo que acaba encontrando es el mundo. En verdad yo no cambio jamás, o cambio muy poco, pero cambia el modo en que me enfrento conmigo mismo, y eso es capital.
Casi todos los frutos de la meditación se perciben fuera de la meditación. Algunos de estos frutos son, por ejemplo, un a mayor aceptación de la vida tal cual es, una asunción más cabal de los propios límites y de los achaques o dolores que se arrastren, una mayor benevolencia hacia los semejantes, un a más cuidada atención a las necesidades ajenas, un superior aprecio a los animales y a la naturaleza, una visión del mundo más global y menos analítica, una creciente apertura a lo diverso, humildad, confianza en uno mismo, serenidad… La lista podría alargarse.
La vida.
Se puede vivir sin pelear contra la vida. ¿Por qué ir en contra de la vida si se puede ir a su favor? ¿Por qué plantea r la vida como un acto de combate en lugar de como un acto de amor? Basta un año de meditación perseverante, o incluso medio, para percatarse de que se puede vivir de otra forma. La meditación agrieta la estructura de nuestra personalidad hasta que, de tanto meditar, la grieta se ensancha y la vieja personalidad se rompe y, como una flor, comienza a nacer un a nueva. Meditar es asistir a este fascinante y tremendo proceso de muerte y renacimiento.
Imagínate por un momento lo que más deseas e imagínate también que no lo consigues. Pues bien, puedes ser feliz sin conseguirlo: eso es lo que da la meditación. La frustración puede elaborarse creativamente, sin resignación. Todos podemos desear cosas, pero a sabiendas de que nuestra realización humana no depende de la consecución de las mismas. En realidad, voy comprendiendo que siempre sucede lo que tiene que suceder.
Lo que sucede es siempre lo mejor de lo que podrí a haber sucedido. El devenir es mucho más sabio que nuestras ideas o planes. Pensar lo contrario es un error de perspectiva y la infelicidad. Solo sufrimos porque pensamos que las cosas deberían ser de otra manera. En cuanto abandonamos esta pretensión dejamos de sufrir. En cuanto dejamos de imponer nuestros esquemas a la realidad, la realidad deja de presentarse adversa o
propensa y comienza a manifestarse tal cual es, sin ese patrón valorativo que nos impide acceder a ella misma. El camino de la meditación es por ello el del desapego, el de la ruptura de los esquemas mentales o prejuicios: es un irse desnudando hasta que se termina por comprobar que se está mucho mejor desnudo. Estamos tan lamentablemente apegados a nuestros puntos de vista que si pudiéramos vernos con cierta objetividad sentiríamos vergüenza y hasta compasión por nosotros mismos.
El apego es completamente independiente de aquello a lo que se está apegado. Podemos sentir apego hacia nuestra madre, pero también hacia un simple cuaderno (¡y este segundo apego puede ser incluso más visceral que el primero!). El apego tiene que ver con el aparato ideológico que rodea a lo que tenemos y, sobre todo, a nuestra manera de tener o no tener. La meditación es una manera para purgar el apego de ahí que no sea agradable en primer a instancia. Solo atravesada esa vía purgativa es también la meditación una vía iluminativa; pero el camino merece la pena recorrerlo aun cuando no se llegue a una gran iluminación. La simple purgación (y no es simple) compensa.
En el fondo da igual si se avanza mucho o poco, lo importante es avanzar siempre, perseverar, dar un paso cada día. La satisfacción no se obtiene en la meta, sino en el camino mismo. El hombre es un peregrino, un homo viator.
Ningún hombre se perderá irremediablemente si frecuenta su conciencia y viaja por su territorio interior. Dentro de nosotros hay un reducto en el que podemos sentirnos seguros: una ermita, un escondite en el que cobijarnos porque ha sido preparad o con este fin. Cuanto más se entra ahí, más se descubre lo espacioso que es y lo bien equipado que está. Ahí, en verdad no falta de nada. Es un sitio en el que muy bien se puede morar.
En el país de la propia conciencia hay muchas moradas. Es como un castillo con muros torreones y puentes levadizos. Es como una isla o, mejor, como un archipiélago. Ahí eres dueño y señor como no imaginabas que podía s llegar a serlo de ningún reino. Das una orden y te obedecen; tus deseos se cumplen antes de que los hayas formulado. Es un lugar lleno y vacío a la vez. En él estás solo, pero no te sientes solo. Ese territorio es un mundo, tu mundo, el espejo de otro mundo, el mundo mismo pero concentrado, dilatado, expandido: tu hogar.
Esa casa tan grande y hermosa es lo que somos. Yo soy eso, tú eres eso; lo sepamos o no somos los señores de todo un reino. La extensión de nuestros dominios es formidable y triste la inconsciencia con que lo regentamos.
Nadie sabe muy bien cómo es la conciencia de los seres humanos, porque nadie ha recorrido todos sus dominios. Algunos han llegado muy lejos en sus exploraciones; muchos se han quedado a las puertas; la mayoría desconoce que exista un territorio así. Como un microcosmos, todo lo de fuera está también ahí: el universo, las galaxias, los árboles, los manantiales……. Todo sin excepción tiene ahí su puesto: los ríos y las montañas, los senderos y los precipicios, los juegos de la infancia, las máquinas…
En ese espacio puedes perderte sin angustia.
Das un paso y estás lejos, mil y sigues cerca. Es el jardín del estupor y de la maravilla. Dentro de nosotros hay un testigo. Le demos o no juego, ese testigo está siempre ahí. Meditar es darle entrada, reanimarle. Si le miramos, nos mira. Convivir con el testigo interior es mucho más inteligente que ignorarle. Es en este sentido en el que cabe decir
que buscamos al buscador. Hay un yo (auténtico que mira al otro yo, el falso). Vivir adecuadamente meditar, supone permanecer en esa mirada sin pretensiones. Quien medita tarde o temprano se encuentra con ese testigo: al principio se difumina y aparece borroso, pero poco a poco sus contornos van siendo más nítidos, sin que nunca llegue el momento en que lo hayamos atrapado y podamos domesticarlo. A ese testigo hay que convocarlo en la meditación, pero sobre todo hay que esperarlo. Aparecerá entre las brumas a veces, luego volverá a esconderse.
El testigo
Más tarde, bastante más tarde, durante la meditación irá apareciendo lo que podríamos llamar el testigo del testigo. Es ahí, en ese testigo del testigo, donde hay que permanecer el máximo tiempo posible. Alguien – que soy yo – me mira (al yo aparente) y alguien – quizá Dios- mira al yo que mira.
A ese testigo del testigo solo se accede en la meditación muy profunda y no hay palabras para describirlo. En cuanto ponemos palabras él, ella o ello deja de estar ahí.
Desde esta perspectiva, vivir es transformarse en lo que uno es. Cuanto más entras en el territorio interior, más desnudo estás. Este recorrido puede hacerse en vida: los grandes místicos lo han hecho, lo están haciendo. Se han vaciado tanto de sí mismos que son casi transparentes. «Debes vaciarte de todo lo que no eres tú», esa es la invitación que se escucha permanentemente cuando se medita. Solo en lo que está vacío y es puro puede entrar Dios. Por eso entró Jesucristo en el seno de la Virgen María. Estamos llamados, o así es al menos como yo lo veo, a esta fecunda virginidad espiritual.
(Resumen del “Biografía de la luz” de Pablo D´Ors.)